REPORTAJE
Guatemala, tierra de volcanes: ascenso al Pacaya
15 mayo 2020
Guatemala es una tierra de volcanes y el Pacaya es uno de los volcanes más activos de toda América Central. Para que quede claro desde el principio: En la subida llegaréis tan cerca como es posible, pero no directamente hasta los 2.552 metros que coronan este monte de fuego. Eso está prohibido y además sería un suicidio. A pesar de eso este recorrido es espectacular y es una de las actividades más bonitas para hacer en Guatemala. Para llevar a cabo este ascenso hay que tener una buena condición física y unas articulaciones robustas. En cualquier caso no es una actividad peligrosa.
El guía de montaña, Tono, reza por nosotros
El sendero empieza en San Francisco de Sales, un pueblo en el Suroeste profundo de la ciudad de Guatemala. El Centro de visitantes del parque natural no es otra cosa que una cabaña. Allí espera el guía de montaña, Tono. Sin guía está prohibido hacer el ascenso.
Tono tiene cincuenta y muchos años es pequeño y fuerte. Antes fue agricultor, pero hace quince años cambió de trabajo. Siguió ligado a la naturaleza, pero de forma distinta. Acumula ya más de 3.000 ascensiones a sus espaldas. Abajo, en el valle ve desde su casa la cima del Pacaya. Cuenta que durante la última noche ha visto por las laderas varios ríos de lava. Tono promete una subida segura, pero por precaución prefiere rezar una oración antes. Pide a Dios que proteja a los visitantes y a él mismo. Nunca está de más.
Los primeros miradores
Empezamos por la mañana, por delante 2,8 kilómetros de ascensión, repartidos a lo largo de 650 metros de altitud. Suena a poco para cualquier caminante aficionado ¿no? Pero la parte final del ascenso es increíblemente intensa.
El camino deja atrás el pueblo. Las últimas casas desparecen. La vegetación es espesa, el aire es fresco y limpio. Primera parada: el mirador Laguna Calderas. Aquí la vista nos muestra la laguna Calderas, que proporciona agua a una docena de municipios. Más adelante, todavía es mejor el mirador Majahue. Aquí, en un día con buena visibilidad, podréis disfrutar de un trío de volcanes: el Agua (3.760 m), el Fuego (3.763 m) y el Acatenango (3.975 m).

Un volcán lleno de vegetación
El ascenso continúa rodeado de verde frondoso. El sol filtra su luz a través de las hojas. Sobre el refugio se levanta un roble gigante “tiene 800 años” nos indica Tono. En el parque del volcán crecen también pinos, bromelias, orquídeas. La fauna de la zona no nos debe asustar. Hay gatos monteses, murciélagos, pájaros carpinteros. Es como un cine en formato grande. El gigante humea y se gana nuestro respeto. Las últimas grandes erupciones fueron en 2010 y 2014.
Campos de lava y piedra salen a nuestro encuentro
La vegetación empieza a ser más baja. De los árboles pasamos a los arbustos y de los arbustos a plantas que no llegan a la rodilla. Después de las plantas siguen los musgos que cubren las piedras. Después ya no crece nada más. El Pacaya se alza delante de nosotros. Una señal nos avisa del comienzo de la “zona de peligro”. Ahora pasamos a la parte más difícil. La rampa sobre cenizas volcánicas se abre ante nosotros implacable. El suelo cruje bajo nuestras suelas. Nos hundimos y resbalamos sobre las piedras con cada paso. Aquí no ayudan ni las mejores botas de monte. El consejo de Tono: pisar con los zapatos siembre inclinados para ganar estabilidad.
La marcha sobre los campos de lava es agotadora. No es posible mantener un ritmo. La camiseta empieza a estar empapada de sudor. En el camino aparecen trozos de roca: negros, rojizos, amarillentos. El Pacaya nos envía saludos en forma de rocas.
Bolas de fuego y olor a azufre
¡Objetivo conseguido! Por fin estamos en el Pacaya frente a uno de los cráteres. “No se puede llegar más cerca” nos dice Tono. Y está bien así.
El volcán lanza rocas incandescentes, como si estuviera el diablo dentro con una catapulta. Las bolas de fuego se precipitan por las laderas. Nosotros estamos protegidos, pero nos impresiona la percepción de la naturaleza en su forma más pura. Suelta pitidos, zumbidos y sobre todo humo, que se mezcla con las nubes.
Por poco tiempo está la cima libre de nubes, rápidamente se vuelve a cubrir. Un viento fresco nos trae olor a gases. Apesta a azufre. En seguida se deja notar en nuestras vías respiratorias “si sigue así puede ser peligroso, tendremos que marcharnos”, dice Tono. Pero el viento cambia de sentido.
El suelo bajo nuestros pies está caliente, no es de extrañar, cuando la tierra cuece tan cerca de nosotros. Yo me tumbo sobre la grava caliente. No es tontería, después de sudar la camiseta te puedes enfriar ahí arriba. Tono nos cuenta sobre “37 volcanes en Guatemala” de los cuales sólo están activos, Pacaya, Fuego y Santiaguito. A lo lejos podemos ver valles, montañas, praderas y bosques.
Una compañera de viaje francesa decide hacerse una foto al borde del precipicio, “no tengo nada de vértigo” nos dice, pero a nosotros se nos ponen los pelos de punta sólo con verlo.








Un consejo importante
El camino de vuelta por la «zona de riesgo» es más traicionero que el de ida. El peso del cuerpo nos hace hundirnos, los deslizamientos sobre la ceniza y grava son ahora mucho más fuertes y largos. El sol se empieza a esconder y a nosotros se nos enciende la luz. Por eso un joven en San Francisco de Sales nos sugirió desesperadamente que le compráramos unos palos de madera para la ascensión. En ese momento lo tomamos por un truco para vender, ahora sin embargo lo entendemos. Tono prefirió mantenerse al margen. También servirían los bastones telescópicos para senderismo. Para nosotros era demasiado tarde, pero para los futuros caminantes al Pacaya es un consejo a tener en cuenta.
